martes, 17 de junio de 2008

¿Ya basta?

José Luis Cuéllar
Tocar fondo en un proceso personal, anímico o psicológico, es indispensable para que el hombre comprenda situaciones que a lo largo de estadios patológicos no puede mirar con claridad, ni empezar a resolver por sí solo, con programas de autoayuda o con el apoyo de expedientes terapéuticos o clínicos.
Cuándo y cómo se toca fondo es algo estrictamente individual, circunstancial o providencial. No existen elementos objetivos que indiquen el límite de una problemática, precisamente porque se trata de una en particular y no de una enfermedad genérica, de manual científico. Dicho acto supone por tanto buena dosis de razón y juicio, así como de voluntad, lo que significa determinación, la honesta convicción de enfrentar aquello que daña o afecta en los ámbitos social, profesional, familiar, individual.
Si los procesos personales son difíciles dependiendo de la inteligencia, sensibilidad y circunstancias de muy pocos, los procesos colectivos son difícilmente manejables, ya que ponen en juego diversos sustratos materiales y simbólicos: el juego de poder y de intereses, representaciones colectivas del espacio de interrelaciones humanas, en fin, una determinada manera de ser, la constitución de cada sociedad en sentido aristotélico (forma de organizar las maneras políticas de la realidad). Tal es el campo de estudio de la etnología urbana, que ha estudiado fenómenos de la civilización como la ciudad del automóvil, o el espacio privado y los umbrales con lo público.
A lo largo de nuestra reciente experiencia como sociedad urbana (la raíz latina del término es urbis, que lo liga a lo educado y correcto -urbanidad-, en contraposición a lo rústico y mal educado) e incipiente comunidad metropolitana (de polis, muchas y grandes ciudades; ciudad, espacio de ciudadanía), hemos ido desarrollando una forma de ser, dotada de grandes virtudes y capacidades, pero también, inevitablemente (pues ya nos acercamos a los 500 años de vida), una patología propia, expresada en distintos síntomas, patrones de conducta o estilos de transformar, crear y entender la realidad natural y material que constituye nuestro espacio vital: la Zona metropolitana de Guadalajara.
Así pues, la forma de acercarnos a la información -primero abstracta, luego concreta- relativa a los asuntos cotidianos, cíclicos o estacionales de la Ciudad, y de actuar en consecuencia, revelaría esas maneras tapatías-jaliscienses de ser ahora y de pensarnos en el porvenir, de interactuar con las esferas intangibles de lo político-gubernamental, de reivindicar un espacio propio de garantías y responsabilidades y de poner en juego un código de valores adquiridos.
En esta línea de interpretación, cuestiones tales como la macrolimosna, la megamentada, los presupuestos partidistas o las inundaciones cíclicas que padece la metrópoli, son temas que muestran nítidamente cómo es que nuestra sociedad ha modificado su umbral de tolerancia respecto a asuntos que antes eran manipulados al antojo del poder y que hoy se expresan por distintas instancias adaptadas o desarrolladas para ello: los medios de comunicación, la resistencia civil, el abstencionismo, las redes cibernéticas o instituciones ad hoc: IFAI-ITEI, CNDH-CEDH, nuevas ONGs, etcétera. Ejemplos de que la apatía, moderación o conservadurismo típicos de nuestra psicología empiezan a transformarse.
El reciente colapso del colector de López Mateos y los daños estructurales causados en el paso a desnivel de Las Rosas tendrían que ser el fondo de una grave patología colectiva, un delicado fenómeno de comorbilidad en el que concurren varios trastornos: la irresponsabilidad gubernamental, la complacencia empresarial, la complicidad gremial, la impotencia institucional, la frivolidad político-partidista y la falta de autoridad formal entre nosotros. Porque no es posible, sencillamente, que ni el proyectista, ni el constructor, ni el supervisor, ni la Contraloría, ni los colegios profesionales, ni las cámaras de industria hubieran ignorado y corregido a tiempo un fallo tan obvio como el graficado en las páginas de este MURAL; porque no es admisible que los políticos nieguen un incremento de tarifas al SIAPA cuando son diputados y luego lo reclamen al pasar a la responsabilidad de administrarlo; porque no es razonable que se mantenga por más tiempo la confusión de competencias entre Ayuntamientos, Sedeur y un organismo mal reformado como intermunicipal; porque no está bien que los proyectos se conciban de una forma y se ejecuten de otra por cuestiones de opinión pública.
En octubre del año pasado, el Consejo Metropolitano autorizó un presupuesto trianual de 2 mil 500 millones de pesos donde se contemplaban acciones del Plan Maestro de Colectores. Ignoramos cuáles son y por qué no se empezaron. Tampoco sabemos a qué ordenamiento urbanístico se corresponden. Se habla ya de construir el colector Rubén Darío, desde Avenida México hasta Montevideo, luego por Américas y Patria hasta Atemajac. ¿Alguien puede asegurarnos que tal bombardeo es justificado, que obedece a una planeación técnica sólida, a una visión territorial de largo plazo?
¿Hemos tocado fondo y vamos a cambiar? ¿Estamos listos para enfrentar la realidad o seguiremos evadiéndonos hasta el final?

jlcuellargarza@megared.net.mx