![]() | Las pistas de Peñalosa | ||||
Nuestra ciudad cuenta con un invitado de lujo: Enrique Peñalosa, ex alcalde de Bogotá. Más allá de la serie de actos protocolarios repletos de cenas de manteles largos y vestidos de noche, con sus respectivas reseñas en las revistas de sociales que regularmente producen las visitas de políticos importantes, nuestro visitante ha generado una discusión inteligente armado tan sólo de sus ideas. Ejercicio pasado de moda entre los políticos. Político irreverente, arrebató los espacios públicos para entregarlos, mejorados como parques y banquetas arboladas, a los grupos más marginados de su ciudad, esos contingentes sin futuro que después de llenar las urnas de votos tienen la mala fortuna de volverse invisibles a la vista de los políticos que asumen posiciones de poder. El mundo al revés. Una suerte de profeta posmoderno con un puñado de ideas revolucionarias dentro de su carcaj, para discutir, para convencer, para seducir. Al igual que Cortázar, exige que seamos realistas, que busquemos lo imposible. “La ciudad debe ser una creación colectiva”, inicia su homilía. Y esta debe responder a la pregunta “¿qué ciudad queremos?”, y esta respuesta debe buscar en lo más profundo de nuestro imaginario colectivo el “¿cómo queremos vivir?”. Entonces sí, con esas respuestas: manos a la obra. Construyamos esa ciudad en la que habremos de ser más felices. Un hombre al que tenemos la suerte de escuchar por razones de orden paradójico. El alcalde que gobernó en función de los intereses de la mayoría fue dejado fuera de la oficina de gobierno. Justo por esa incomprensible, caprichosa y muchas veces irracional democracia. Nadie es profeta en su tierra. Su propósito central es la calidad de vida urbana. Y para medirla toma prestadas la unidad de medida de Behl: el tiempo que de manera voluntaria pasa la gente en la calle, en el espacio público. Por ello pone el acento en el espacio público, concepto subordinado al de la felicidad. “El espacio público, el parque o la banqueta, es el único lugar del mundo al que todavía tenemos acceso”, continúa. Ahí, por suerte, todavía no nos piden membresía de socio. “La calle es el único lugar en el que nos podemos encontrar y sentir iguales”, argumenta. Ahí no hay sí, señor licenciado, lo que usted diga, con la mirada baja. “Ahí, en la calle, no hay jerarquías. En ella es que recuperamos nuestra dignidad”, remata. No hay fórmulas para diseñar una ciudad. El planeador de la ciudad está más cerca del arte que de la ingeniería, reconoce Peñalosa y ofrece una pista para evaluar una ciudad: observe qué tan buena es para los excluidos: niños, ancianos y pobres. Particularmente, vea cuantos niños andan solos por ella. También sugiere disminuir la prisa, bajar la velocidad y la escala. “Entre más rápida es la vida en la ciudad, más inhumana se vuelve”. Para ello basta cambiar el auto por la bicicleta o la caminata; basta decidirnos a ver la vida con otros ojos, desde otra perspectiva: la humana. No ofrece tregua, experimentado esgrimista se lanza: “La comunidad más avanzada es la que menos utiliza el automóvil”. De hecho, es probable que sean también las más cosmopolitas, como Londres, París, o Roma, que cada vez más se mueven en dos ruedas. En Guadalajara más de 70 por ciento de los tapatíos nos movilizamos en transporte público, bicicleta o a pie. La democracia bien haría en reconocerlo y orientar las decisiones públicas, con todo y sus recursos, hacia políticas que reconozcan esta realidad. Lo dicho, el mundo al revés. |