Paco Navarrete
24 Abr. 08
Se equivocan quienes creen que el desfile más divertido de la semana pasada fue el de la inauguración de Zapopuf... cuaz... pum! (así sonaba el tráfico atorado en la entrada de Zapopan). Tampoco fueron sus maravillosos clowns quienes causaron las mayores carcajadas en la comarca. Tales honores les corresponden, por mucho, a nuestros adorables políticos locales. Cositas tan tiernas.
Y la ocasión fue inmejorable: estuvimos de manteles largos por la visita del "otro" ex Alcalde de Bogotá, la capital colombiana que viene a ser para lo políticos de este sexenio lo que la brasileña Curitiba fue para el anterior: el último grito de la moda.
Porque nuestros próceres, aunque usted no lo crea, también tienen en su corazoncito una dosis de vanidad -un metrosexual en cada grillo te dio-, misma que tienen que desfogar por algún lado, si no revientan. Y como no es cuestión de que el tal González se pinte chapetes, el doc Ponchito se planche el pelo o Sánchez Lalana se ponga una peluca Mi Alegría, entonces se trepan a otro tipo de tren de la moda: el de las tendencias urbanas... la de convivencia o la de movilidad, por ejemplo, que son los temas que están "in". O como diría el merolico: es lo que viene mucho... aunque luego se vaya sin que deje huella, que no y que no.
Así pues, llegó el "otro" ex Alcalde de Bogotá. Y no le digo así porque sea "espurio" o "legítimo", como ahora se estila llamarles en este País a los mandatarios; tampoco como homenaje a la serie "Lost", sino por otra razón: no hace muchos meses que nos vendieron a un Alcalde bogotano más pintoresco y que se suponía era el artífice de esos cambios radicales en la urbe colombiana. Un tal Mockus, de barbita como del mago Frank, el merolico que se acompañaba del conejo Blas.
Y ahora resulta que no: el crédito debe ser compartido entre ambos y el señor Peñalosa, que recién vino, es el autor de esos choribuces a medio camino entre camiones urbanos y trenes sin rieles que los agringados llaman BRT (Bus Rapid Transporteishon), y los rancheritos de acá, Macrobus, nombre que rápido acentuaron así: Macrobús, pero que igualmente fue desaprobado por el gurú, ya que todo lo que suene a "bus" es de pobres, no es sexy, y por lo tanto, así qué esperanzas que la gente "nice" (o "pípiris nais", según los pobres) se suba a tan infectos nidos de pulgas. En cambio, si le pusieran un nombre como HiperNice... ¡trepadero de ricos!
Pues qué bueno que vino el hombre. Cuando menos a darse cuenta que, pa' sociedades clasistas, la nuestra. Y eso que sus coterráneos no se quedan tan atrás, nada más pregúntenle a los caribeños de Barranquilla, a los "paisas" (de Medellín) o a los bucaramangostíteresfues (de Bucaramanga, pues) qué opinan de los serranos de la capital, y su opinión no será muy diferente de la que aquí provocamos en los fuereños.
Pero allá sí obró el milagro: me tocó ir allá varias veces antes de la instalación de las ciclovías y el choribús -que allá se llama TransMilenio- y la ciudad era otra: cerrada, peligrosa, elitista pero igualmente inhabitable para todos: insegura para los de a pie, congestionada para los de auto (blindado). Por eso, más allá del chiste fácil, la opinión de don Enrique Peñalosa, así como la de su colega Antanas Mockus, debe ser, más que respetable, completamente atendible.
Hay que hacerles caso.
En especial porque atacan el principio mismo que mueve a los políticos vanidosos, ineptos y cortos de miras que nos han gobernado en los últimos 20, 30... ¿40 años? El de ignorar impunemente al peatón.
Esta es una Ciudad, ¿quién lo duda?, destruida y reconstruida en función del automóvil. La aspiración máxima es tener un buen carro. La mínima, un "chocolate". No es casualidad que en una ciudad apenas clasemediera abunden tantos carros de lujo, pagados a plazos. O chocolatones, de reciente legalización. En un extremo, la ostentación, la búsqueda de estatus. En el otro, el afán de librarse de la pesadilla que es el transporte colectivo. En medio, una ciudad de vialidades cada vez más congestionadas e imposibles de atravesar por un peatón: ahí están cientos de atropellados cada año, como testimonio inobjetable: más muertes que las de Ciudad Juárez, y sin tanto despliegue en los medios...
(Como en Kalimán: continuará)