martes, 3 de junio de 2008

¿Utopía?

Hechos como la muerte de la niña que viajaba en el camión que volcó cerca del cerro del Tesoro duelen. Cuándo iba ella a imaginarse que un conductor capacitado para ejercer su trabajo con eficiencia y seguridad (así lo acredita su licencia, ¿o no?) le iba a obsequiar, así, sin más, un viaje que —hubiese sido más justo— le tocara muchos años más tarde. Y uno de los dirigentes de ese señor salió a decir que sí, que el chofer había participado quince días atrás en otro accidente, pero en uno de los que ellos consideraban “normales”.

Quisiera que ese señor nos explicara en qué consiste esta normalidad, porque desde luego que, manejando como manejan, resulta en absoluto “normal” que maten a sus pasajeros.


Estos señores, cada cierto tiempo, exigen un incremento en el costo del pasaje, so pena de paralizar la ciudad o de negarnos el servicio, pero nunca hacen algo por mejorarlo. ¿El gobierno? Ese ni siquiera tenemos certeza de que exista, ya que el señor que cobra como gobernador anda muy ocupado en su precampaña para sustituir al “presidente del empleo” en 2012.

Los que padecemos la injuria sobre ruedas tenemos en nuestras manos acabar con este círculo vicioso. De los gobernantes no esperemos mucho, ellos reciben su quincena acaben con los problemas o no, ¿qué les puede preocupar? ¿Los transportistas? Ellos igual. Sus ganancias llegan maten a sus pasajeros o no, choquen o no. Nosotros, que somos el tercer lado de este triángulo, somos los únicos realmente interesados en acabar con este problema.

Si lográramos ponernos de acuerdo para darles donde más les duele no tendríamos que padecerlos más. Es cierto que prestan un servicio que necesitamos, pero si los castigáramos un solo día sin abordar sus minibuses, si lográramos dos días sin subirnos, tres días, una semana, un mes… los tendríamos suplicándonos por darles chamba, y en una de esas hasta bajan el precio. De paso lograríamos saber el costo real (y justo) del pasaje. Si de plano menos de cinco pesos no es negocio, se retiran del mismo, si no, aceptan lo que ofrezcamos.

Pasajeros, aprendamos de ellos, que se unen para dejar tirado el servicio cuando quieren chantajear para incrementar la tarifa. ¿Qué pasaría si al día siguiente amanecieran con que ya nadie quiere soportar su servicio como está? Cinco pesos en el Tren Ligero es un precio justo. El tren es más rápido y cómodo que el automóvil, además de menos riesgoso. El transporte en minibuses es caro, lento y malo.

Si todos pusiéramos de nuestra parte: patrones, escuelas, padres de familia… Podemos quejarnos de lo que no hace el gobierno o los empresarios transportistas, pero ellos son caso perdido, tomemos las riendas del problema nosotros. ¿Utopía tapatía? Dímelo tú.

Octavio Rafael Peñaloza Méndez